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Publicado en el Sitio: Silvia Bleichmar - www.silviableichmar.com.ar
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Las condiciones de la
identificación Silvia
Bleichmar
Todo conduce a pensar que el valor que
ha tomado progresivamente en psicoanálisis el concepto de identificación
se sostiene en el hecho de no considerar a ésta como un mecanismo entre
otros, sino como la operación fundamental que genera las condiciones para
instituir la subjetividad, al propiciar los requisitos de la constitución
psíquica. La intención de romper con el endogenismo, con la tendencia
presente en una parte importante del psicoanálisis -incluido en ello una
vertiente de la obra freudiana- de considerar al sujeto psíquico como
produciéndose a partir de representaciones innatas, existentes allí desde
siempre, efecto de la delegación de lo somático en lo psíquico o de la
herencia filogenética -que de hecho lleva a una asimilación de la pulsión
al instinto- encuentra algún tipo de respuesta en nuestro medio
psicoanalítico a través de la puesta en el centro de la problemática de la
identificación, jugada esta en una dupla que se sostiene en línea de
continuidad con el narcisismo como cuestión eje tanto de la teoría como de
la clínica psicoanalíticas y ello desde dos polos. Por una parte, a
partir de la difusión de los trabajos de Lacan que, desde mediados de los
50, produjeron una subversión fenomenal de los modelos vigentes hasta
entonces, asestando un fuerte golpe al biologismo innatista que se
sostenía como dominante tanto en el post-freudismo como en la lectura
misma de los textos de Freud -en los “freudianos literales”- muchos
analistas consideraron necesario ir a buscar no sólo en la teoría sino en
la clínica misma, los movimientos constituyentes a partir del semejante
humano que pudieran dar cuenta de los procesos de humanización. La
identificación aparece entonces como una vía para ello. Por otra, y
próximos a los desarrollos generados por Freud en la segunda tópica, en la
cual las nociones de identificación e incluso la idea de “interiorización”
del conflicto externo juegan un rol mayor, se encuentran muchos analistas
que han sido atravesados simultáneamente -y de un modo tal vez abigarrado-
por el pensamiento francés contemporáneo, por cierta lectura
winnicottiana, y aún por trabajos desarrollos de la escuela americana de
los últimos años, Kojut en particular. En este último caso se trataría más
bien de encontrar algún tipo de respuesta para los procesos de
subjetivación sin que ello implicara someter a discusión el origen del
inconciente. Porque es necesario señalar al respecto que se puede
perfectamente revaluar la función estructurante o desestructurante del
semejante, el modo mediante el cual se posiciona respecto a las
necesidades, demandas y deseos del -infans, lactante, bebé...- sin que
ello implique someter a revisión la materialidad de base de las
inscripciones que dan origen al inconciente y aún su fuente. Si la
problemática de la identificación encuentra entonces su punto de
articulación con la cuestión del narcisismo, habrá que detenerse un
momento para explorar el modo mediante la noción de self parecería haber
ganado terreno si no conceptualmente al menos enunciativamente entre gran
parte de analistas, y ello sin que haya mediado un proceso de
profundización de la cuestión que propicie un relevamiento más o menos
concientemente asumido. Para los autores anglo-sajones, dice Jean
Laplanche el self representa la personalidad tal como se estructuró en sus
diversas identificaciones. “El self recoge allí una parte de la herencia
del yo freudiano ya que por ejemplo el narcisismo, según estos autores,
sería amor, no del si, sino del sí mismo. Pero, en una teoría tal, la
consecuencia ineluctable es desembocar, por contrapartida, en aislar y en
“desembargar” un yo, despojado de sus aspectos identificatorios, y que
sólo sería racionalidad, instancia de lo real, sujeto del
pensamiento”. En autores como Kohut, que rescata la diferencia
establecida por Hartmann para la metapsicología psicoanalítica, ello es
evidente. A partir de su interés por el self, en su carácter de
organización centralmente narcisista y amorosa, se sostendría de hecho la
diferencia entre un yo función, más organismo que residuo identificatorio,
sometido a procesos de diferenciación, incluso con “áreas libres de
conflicto”, y un self “catectizado con energía instintiva, con continuidad
temporal y provisto de localización psíquica” . La diferencia kohutiana
merece un momento más de nuestra atención, ya que lleva a poner de relieve
cuestiones no resueltas en el freudismo. La propuesta de Hartmann -tan
vilipendiada en nuestro medio, por otra parte- podría ser concebida como
un desarrollo algo aplanado de la contradicción presente en Freud mismo,
en la cual se mantiene la diferencia -nunca formulada- entre un “yo
representación” y un “yo percepción conciencia”. Indudablemente, Freud no
pretendió nunca explícitamente que se tratara de dos “yoes”, pero de
hecho, al proponer bajo dos modelos distintos (confrontemos por un
instante “Los dos principios del suceder psíquico” con “Introducción del
narcisismo” para que ello se haga evidente) tanto los orígenes como las
funciones del yo, dejó abierta la puerta para que esto fuera planteado e
incluso sostenido. La lectura de esta cuestión, realizada por
Laplanche en Vida y muerte en psicoanálisis y que llevó a acuñar la
diferencia entre “yo metafórico” y “yo metonímico” como moneda corriente
en psicoanálisis, no era sino un intento de plantear las dificultades de
arrastre, sin que ello implicara considerar la existencia de ambos yoes,
tal como lo acaba de hacer público en una comunicación que ha hecho
circular intitulada “A propósito de mi concepción del yo” en la cual
declara explícitamente su oposición a seguir sosteniendo dos modelos del
yo en psicoanálisis. De todos modos que sigue existiendo una dificultad
en este punto, en razón de que ese yo del narcisismo, constituido por
identificaciones, es al mismo tiempo quien sostiene las condiciones de la
lógica del proceso secundario: lógica, temporalidad, negación. El fracaso
de estas últimas da cuenta del fracaso de la constitución del yo, o de su
funcionamiento. Sin embargo, es el yo el único prerrequisito de su
instalación? Indudablemente la temporalidad, la espacialidad, el
tercero excluido, no pueden pensarse sin una superficie de la psique que
otorgue valor simbólico representacional a la “materia extensa” del
cuerpo, y esta superficie es patrimonio del yo representación. Sin
embargo, ella no es suficiente. Tal vez un aporte importante puede ser
realizado a partir de abrir las diferencias entre el yo y el preconciente,
poniendo a circular ambos conceptos como en superposición relativa en el
interior de la tópica, con las consecuencia que de esto se deriva para la
comprensión tanto clínica como psicopatológica. Y ello en razón, por
una parte, de que los procesos preconcientes pueden seguir funcionando aún
cuando el yo se encuentre deshabitado (como lo han planteado ciertos
desarrollos kleinianos en la psicopatología a partir de la descripción de
lo que han denominado “pacientes esquizoides graves”) o aún en casos en
que la lógica y la temporalidad estén despojada de constelaciones amorosas
que den sentido a su operancia; y por otra parte, porque sigue
planteándose como problemático de qué modo se establecen las ligazones
significantes cuando aún en su entrelazamiento discursivo debe enfrentarse
al yo como órgano de desconocimiento, vale decir defensivo : desde dónde
se realiza un intercambio discursivo si se pretenden dejar en suspenso las
certezas del yo. Por otra parte, las ligazones amorosas que
constituyen el entretejido de base sobre el cual viene a asentarse la
identificación dando origen al conjunto de enunciados que articula al
sujeto yoico, no surgen en el momento de pasaje del autoerotismo al
narcisismo, sino que se instalan previamente a partir del narcisismo
trasvasante de la madre que permite la circulación de la libido por vías
colaterales y junto a ello el efrenamiento de las realizaciones
pulsionales imperiosas y directas . En esta dirección, la
identificación es un tiempo segundo en la constitución sexual del sujeto,
corrrelativo a la instauración del narcisismo y estructurante del yo. Y
avanzando por este camino podemos señalar que la aparición del concepto de
identificación tal como pretendemos tratarlo acá, vale decir como proceso
por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad o atributo de otro
y se transforma total o parcialmente, no alude en absoluto en Freud a la
constitución del inconciente sino del yo en tanto órgano libidinal
atravesado por la presencia del semejante en la instalación de sus
contenidos representacionales.
Se ha señalado hasta el cansancio en
estos tiempos (y las razones las hemos planteado de inicio) que es del
lado del otro, del semejante, donde debe buscarse la articulación que
sostiene en la identificación la propuesta totalizante que organiza un
proyecto para que el yo se articule en el interior de una tópica marcada
por la represión. Siendo esto necesario pero insuficiente, habría ahora
que dar cuenta del lugar del otro en su función de constitutivo del
inconciente, y desatrapar, al mismo tiempo al inconciente de la
antropomorfización que supone que el mismo sea un conglomerado
identificatorio, marcado por enunciados que precipitan al sujeto en el
conflicto como producto de la alienación a la cual su indefensión lo
arroja. El otro opera en la constitución del inconciente originario,
del inconciente deseante, en razón de sus propios deseos inconcientes
pulsionales y edípicos reprimidos. En razón de esto, el inconciente
sexualizante de la madre no puede ser homologado al narcisismo ligador con
el cual propone las identificaciones primarias que marcan a la cría en su
estatuto ontológico. Del lado del incipiente aparato, entonces, el
inconciente será el efecto de las inscripciones implantadas por los
cuidados precoces del semejante, y ellas constituirán las bases residuales
de un inconciente destinado a la represión. Por su parte, será necesario
emplazar las identificaciones del lado de las instancias segundas,
incluido en esto la identificación primaria en razón de que las
inscripciones de base que constituyen las representaciones inconcientes
son anteriores a su estructuración. Decir que hay inscripciones
destinadas a devenir inconcientes no es decir que haya inconciente. Es
separar la materialidad de base destinada a constituirlo de su existencia
misma. Es plantear una antecedencia de la inscripción efecto de la
representación y de el topos al cual está destinada en la constitución
psíquica. Es abrir también la cuestión de que la identificación es una
cuestión del sujeto, no del inconciente originario, aún cuando aspectos de
la identificación puedan ser reprimidas secundariamente en razón de la
existencia de aspectos inconcientes del yo y de enunciados parentales
ligados a éstos cuyo destino es de este orden.
A esta altura de
nuestros desarrollos una aclaración se hace necesaria: Sabemos que existe
una segunda acepción posible para el vocablo “identificación” tal como fue
empleado también en psicoanálisis, que consiste en una operatoria de
identificación, vale decir de reconocer como idéntico. Este modo de
concebir la identificación, si bien no es dominante en el pensamiento
freudiano y no tiene el peso que el concepto de identificación en sentido
estricto asume en la constitución subjetiva, se encuentra en Freud para
referirse a un mecanismo general de la vida psíquica, cuando describe los
caracteres del trabajo del sueño que opera por similitud - mecanismo
operante también en la vida psíquica general, que podríamos extender a los
movimientos transferenciales que “identifican” al analista con ciertos
rasgos de los figuras originarias de la historia libidinal del sujeto,
pero que están presentes en todos los movimientos de la vida anímica que a
través del desplazamiento amplían los procesos de investimiento que dan
origen desde el amor al interés por el conocimiento. Posición que subyace
en los desarrollos con los que Melanie Klein abordó la constitución de
símbolos como efecto del desplazamiento del sadismo precoz desde la madre
hacia objetos más inocuos. Creo necesario encontrar los nexos entre uno
y otro concepto de identificación, vale decir de la correspondencia
existente entre “identificar un objeto con otro” e “identificarse”, en
razón de que la “identificación de un objeto con otro” es la operatoria
ejercida por el otro humano cuando reconociendo al niño como “idéntico
ontológico”, le abre la posibilidad de inscribirse en una propuesta
identificatoria que lo humaniza. Por otra parte, porque el niño mismo
identifica al yo propio con el del otro, mide las diferencias e inscribe
las similitudes, y ello no desde la inmediatez de algún tipo de percepción
inmanente sino a través del recorrido de un sistema de enunciados que
marcan su posible posibilidad de inscripción en las redes libidinales del
otro.
Otra cuestión, en el orden del
movimiento que estamos propiciando, lo constituye el concepto de
“identificación” por introyección canibalística, presente en Freud a
partir de “Totem y tabú”. Conocemos la diferencia entre este texto, que se
continúa con “Duelo y melancolía”, e “Introducción al narcisismo” aún en
el interior de la llamada primera tópica. En el caso de los dos
primeros, identificación es el resultado de una incorporación oral del
otro humano , la flecha de la identificación va del sujeto al objeto. Pero
en “Introducción del narcisismo” se produce una variación sustancial: esta
identificación es el producto de las depositaciones que el adulto realiza
sobre el niño, de sus anhelos insatisfechos y expectativas, y no el
resultado de un puro movimiento endógeno que buscara en el mundo su
realización. Sabemos que en este período que estamos señalando, que
gira alrededor de construcción de la metapsicología -entre 1913 y 1915-,
se abre la gran paradoja que ha constituido nuestro tema de trabajo desde
hace años: Por una parte, el inconciente es concebido como fundado por
represión, y más específicamente, por represión originaria, pero al mismo
tiempo, esta represión recae sobre representantes representativos
pulsionales, siendo la pulsión tratada como concepto límite, de modo tal
que las representaciones se producen directamente por delegación de lo
somático en lo psíquico. El concepto de huella mnémica desaparece
prácticamente bajo la pluma de Freud, en razón de que la inscripción cede
su lugar a la delegación. Pero paralelamente a este desarrollo
endogenista de la pulsión, el yo se propone por primera vez en la obra
freudiana, como residuo amoroso de la relación del semejante, esbozándose
entonces, la posibilidad fundante de un enlace amoroso al semejante, sin
que esto sea delimitado aún por la teoría como identificación. Recién
en 1923, con “El yo y el ello”, que la identificación ocupará un lugar
mayor en la teoría. Paralelamente a esto, la pulsión será redefinida en
términos de lo que podríamos considerar hoy como una mitología
meta-biológica. El concepto de fantasma filogenético permitirá a Freud la
reintroducción de la historia -de la especie- en el momento en que su
ahistoricismo llega al máximo respecto a la concepción de un inconciente
existente desde los orígenes, habitado por la pulsión de muerte y
destinado a sostenerse en un esquema trans-subjetivo (no intersubjetivo,
articulado en la singularidad edípica), tan caro posteriormente para el
estructuralismo de cuño levistraussiano. Aquí comienzan las
remodelaciones que Freud intenta para dar coherencia a una vertiente de la
teoría en la cual intenta trabajosamente cercar lo singular en el marco de
las complejizaciones del sujeto de cultura. Por un lado, la identificación
primaria concebida como “identificación a la madre” y, al mismo tiempo,
“al padre de la prehistoria personal”, en ambos casos indirecta e
inmediata, situada antes de todo investimiento de objeto. Anterior a
todo investimiento de objeto (de amor), porque es de esto de lo que se
trata. Sería posible que el objeto de la pulsión (vale decir el pecho),
fuera amado antes de que hubiera sujeto? Porque el objeto de amor se
sostiene sobre la base del investimiento pulsional de objetos que son por
supuestos anteriores a la constitución del yo pero que no pueden, de modo
alguno, ser concebidos bajo la rúbrica de “anobjetales” -en razón de que
la pulsión tiene su objeto, y el objeto de amor no se constituye sino por
desplazamiento y sublimación del objeto erótico, discreto, de ésta.
Pero la pulsión tiene objeto antes de que el sujeto esté constituído
como tal, vale decir, antes de que se constituyan los objetos de amor. La
pulsión es “acéfala por definición”, se trata, siguiendo el pensamiento de
Lacan, de una estructura radical en la cual el sujeto no está aún ubicado.
De ahí que la identificación primaria venga a producirse en el movimiento
mismo de constitución del sujeto -en sentido estricto-, bajo el modo de
apoderamiento de los rasgos del objeto narcisista-narcisizante, posición
en la cual la madre se sostiene propiciando del lado del niño las
renuncias pulsionales que lo hacen ingresar como yo ideal en la
circulación que lo obliga al sometimiento amoroso reprimente de los deseos
inconcientes. La identificación primaria, constitutiva del yo,
instauradora del narcisismo residual del semejante, no es entonces sino el
modo mediante el cual el sujeto se precipita en la diferenciación tópica
correlativa al abandono del autoerotismo. Como dijimos anteriormente, es
entonces del lado del yo donde hay que ubicar las identificaciones que
posibilitan al deseo inconciente sostenerse como reprimido. Es en razón de
ello que narcisismo no identificación forman parte del inconciente
originario, y el entramado en el cual se propician estas renuncias no es
sólo visual sino también discursivo: “Los nenes buenos no usan chupete”,
“Este nene lindo no se toca la colita”... (aludiendo a las renuncias
pulsionales) “Es la nena de papá, o de mamá (inscribiendo el género antes
de que la castración lo anude al deseo edípico en el sentido clásico),
todos estos elementos instalándose en el entramado mismo del yo y en la
superficie que le da forma al homúnculo que representa y metaforiza al
cuerpo en su estatuto de sujeto (El yo... por encima o por debajo del
cuerpo? preguntaba J. Laplanche en Londres, en 1994, en el curso de las
Jornadas de Cantherbury).
Si el narcisismo con su correlato, la
identificación, quedan claramente posicionados del lado de lo que reprime,
la clínica no podría sostenerse bajo el mero aspecto de trabajar las
relaciones de identificación como alienantes -lo cual supondría la
existencia de un sujeto primordial anterior a toda identificación. Sin
desconocer que ciertas identificaciones, por su carácter patológico y
generador de sufrimiento, deban ser necesariamente sometidas a revisión y
desconstrucción en el proceso clínico, y reconociendo que el aspecto
“alienación” está siempre presente en una neurosis, es necesario alertar
respecto a que llevado el planteo hasta las últimas consecuencias, y
llegando al extremo de proponer esta desidentificación como eje de la
clínica, se perdería de vista que la función de tales identificaciones,
instaladas en el corazón mismo del yo, ocupan un lugar privilegiado como
elementos de contrainvestimiento de deseos reprimidos cuya emergencia es
angustiosa para el sujeto en cuestión. Conocemos en la nuestra práctica
cotidiana muchos ejemplos que pueden dar cuenta de esto. Permítaseme sin
embargo uno más: Una paciente de treinta y tantos años retrocede,
espantada, ante una propuesta amorosa realizada por un hombre cuyas
atenciones espera desde hace mucho tiempo. Es tentador retroceder en la
identificación hacia la madre, asexuada y dedicada a la familia, y a sus
acciones punitivas -no sólo lenguajeras- cada vez que esta mujer, en su
infancia, intentaba relacionarse con varoncitos del barrio o del colegio
al cual concurría. Los recuerdos están allí, a la mano, y el “como tu
madre has de ser” del padre, no ocupan un lugar menor en los ideales que
la han sostenido siempre tensionada respecto a toda posibilidad de
constituir algún tipo de enlace amoroso. Sin embargo... ¿no es el
a,b,c... del análisis, preguntarse mínimamente qué es lo que ella tema si
realiza esta acción que podría en lo aparente diferenciarla de la madre y
enojarla con el padre de la infancia? El discurso materno no entró en
ella simplemente como adosado a un yo incipiente, tábula rasa que encontró
en esta prohibición más cercana al yo ideal que al ideal del yo de mujer
su materialidad constitutiva; él Vino a instalarse sobre la excitación
desestructurante mediante la cual el padre, “ajeno e inocente a toda
sexualidad infantil”, propiciaba, mediante juegos y mimos nocturnos, un
mensaje que brutalmente inhibía cuando proponía a la hija que toda
sexualidad era, a su vez, repudiable, razón por la cual la paciente había
estado en la obligación de reprimirla dado que esta no sólo ponía en
riesgo el “respeto del yo por sí mismo” , sino que devenía fuente de
angustia en razón del desborde libidinal, inmetabolizable e inligable que
propiciaba. De tal modo, la razón de la dificultad para acercarse a
este hombre que la acechaba no estaba dada sólo por la identificación a
esta madre aparentemente frígida, sino porque esta identificación la
resguardaba de los peligros de una sexualidad instalado pero sin
posibilidad de transcripción, de metabolización ni de exhutorio, vale
decir, fuente interna de peligros que dejaban a esta mujer librada a
riesgos de descompensación si accedía a abandonar la protección de la
identificación materna para acceder a nuevas posibilidades de goce.
Para
puntualizar Señalamos anteriormente que no puede reducirse la
cuestión de la función del semejante a aquella que atañe a los modos de
ligazón amorosa, a la identificación -primaria o secundaria-; no se trata,
por tanto, de concebir a esta en términos de relación intersubjetiva de un
modo general, ya que sólo sería concebible la intersubjetividad a partir
de la existencia tanto del sujeto como del objeto. Se torna necesario
precisar los diferentes estatutos del otro -no del semejante, en razón de
que el otro humano no se reduce a aquel del narcisismo y la especularidad-
en los procesos de estructuración psíquica y, a partir de ello, la forma
en que esto se juega, a posteriori, en el sujeto constituido. Que la
cría humana no se estructure a partir de sí misma, que sus pulsiones, sus
deseos inconcientes, sus fantasmas, no sean de origen endógeno sino de
aquello que se precipita sobre ella y la obliga a un trabajo de dominio y
metabolización, es una opción que hemos asumido en el interior de la
teoría psicoanalítica y que nos lleva a concebir la tópica psíquica como
fundada exógenamente, es decir desde el exterior. Recuperamos asï la
propuesta freudiana presente no solo en la segunda tópica por relación a
las instancias secundarias, sino aquella de los primeros años de la obra,
y que alude al lugar constituyente del otro en la fundación misma de la
sexualidad y al carácter de precipitado de la fantasía . Intentamos que no
se produzca un deslizamiento fácil a partir de ello, sorteando los riesgos
de una psicologia social estructurante. (como tal, en razón de que esto
implicaría desconocer que en los origenes del psiquismo, no hay dos
subjetividades en correlacion, o en interaccion, sino una subjetividad
estructurada -la de la madre-, en correlacion con un sujeto en
constitucion -el bebe-, lo cual plantea una asimetria radical y fundante
del psiquismo humano). Subrayamos que, como efecto de este encuentro,
lo que se introduce en la cria son precipitados que encontraran su punto
de articulacion intrapsiquico en la medida en que mayores niveles de
complejizacion determinen modos de ensamblaje de los residuos de objetos
originarios, descompuestos y recompuestos, en un producto nuevo
determinado por su propia singularidad. Posiblemente la diferencia
central que se plantee por relacion a otras opciones, cuyo cuño
estructuralista es marcado cuno levistraussiano es marcado, consista en
como definir la unidad de base: si esta es, como en el freudismo, el
sujeto psiquico, o es la estructura del Edipo de la cual el constituye uno
de los terminos. La intervencion de Andre Green en el seminario de La
identidad que alrededor de la figura eje de Levi Strauss se realizara en
Paris a fines de los 70, definia la cuestion en tales terminos: "el sujeto
solo puede definirse desde la perspectiva psicoanalitica por su relacion
con sus progenitores. No aludo aqui al agente biologico de la procreacion,
sino al nexo de filiacion imaginaria que vincula al sujeto con los
integrantes de la pareja, de quienes es fruto, en el fantasma de deseo que
ha presidido su venida al mundo." Si bien es dudoso que Green
sostuviera hoy un enunciado de tal tipo, permítasenos someterlo a
discusión, des-sujetado del autor, como paradigma de aquello que
pretendemos someter a caución: Para el psicoanalisis, el sujeto no se
define por su relacion con sus progenitores, sino por su relacion al
inconciente. El hecho de que el inconciente mismo se constituya por
relacion al deseo parental y por el posicionamiento del sujeto al respecto
no implica que se puedan asimilar facilmente las condiciones estructuales
de partida con la estructura de llegada. Ubicar los terminos de esta
diferencia es central para recuperar los aportes del psicoanalisis frances
contemporaneo sin que nuestra perspectiva del sujeto se diluya en un
interaccionismo intersubjetivo que pierda de vista los postulados
freudianos de base. Es en este punto donde se torna necesario volver a
la cuestion del "realismo del inconciente", que reconceptualizara Jean
Laplanche desde el Coloquio de Bonneval hasta el presente, y acerca de la
cual hemos propuesto algunos desarrollos tanto en lo que hace a la clinica
de ninos como a la metapsicologia de la clinica en general. Posicion, por
otra parte, acerca de la cual no caben dudas en la obra freudiana, y que
diferencia claramente el estatuto ontologico del inconciente -como algo
que es-, de su conocimiento, es decir de las vias que permiten el acceso
al mismo. ¿Se puede soportar el descentramiento radical que implica la
idea de descualificación y metábola? Si el inconciente es, si opera sin
que el sujeto conozca ni sus contenidos ni sus procedimientos, se trata
entonces de recentrar el conflicto psiquico en tanto intrasubjetivo, es
decir produciendose entre sistemas psiquicos, de modo inter-sistemico,
pero en el interior de la topica psiquica. Que lugar ocupa entonces lo
inter-subjetivo, tanto en los origenes del sujeto como a lo largo de los
movimientos con los cuales la libido inviste sus objetos en los procesos
psiquicos relativos al aparato ya constituido? Imaginemos a la cria
humana fetalizada, prematurada no solo neurologica sino lanzada
prematuramente a un mundo sexual adulto, lo fundamental a senalar es que
esta inermidad se produce en el marco de una "asimetria fundamental entre
el nino y el adulto" , una asimetria en la cual la madre, cargada de
sexualidad, atravesada por su propio inconciente, transmite con sus
cuidados un plus de sexualidad, un plus irreductible a las necesidades
basicas del cachorro, transmision que, al mismo tiempo, que genera
traumatismos -montos de excitacion que deberan ser ligados- opera con
caracter enigmatico ya que el agente mismo de esta transmision desconoce
la emision de los mensajes que emite por el hecho de que estos provienen
de su propio inconciente. A partir de mensajes libidinales, mensajes
cuyo codigo escapa a la madre misma -en la medida en que son
inconcientes-, un sentido a buscar se inaugura, ya que no hay codigo ni
perdida de sentido, sino "un sentido a si mismo ignorado" que el nino
tendra que recomponer bajo modos de simbolizacion diversos. No es entonces
la madre lo que se inscribe en el inconciente, ni siquiera su deseo como
tal, sino algo que pasa descualificado, metabolizado efecto de procesos de
excitacion que la cria humana intenta de algun modo domenar, ligar,
retransformar. Retomando la problemática de la identificación, y
parafraseando al Freud de “Duelo y melancolia “, podemos decir que si "la
sombra del objeto cae sobre el yo" en el duelo, es decir en el sujeto
constituido, aca el objeto mismo se inscribe, cayendo sobre el incipiente
sujeto, generando en el las condiciones de una excitacion transformada a
partir de esta intervencion del semejante. Modelo que podemos seguir
cuidadosamente en el Proyecto , y que fuera interpretado brillantemente
por Lacan cuando, en el Seminario de la Etica, definio al aparato psiquico
a partir de esta intervencion del otro como un aparato "totalmente
construido contra el apremio de la vida", guiandose a partir de ello por
los indicios del placer-displacer y no ya por los de la satisfaccion de
necesidades, e, incluso, en muchos casos -como ocurre con la conocida
cuestion de la "alucinacion primitiva"- contra ella. Es en este punto
donde se genera lo que Laplanche ha denominado "objeto fuente", objeto de
la pulsion que es el residuo indicial del objeto excitante proporcionado
por el otro, objeto que, operando desde este rudimentario aparato inicial,
da origen a la pulsion como algo que, proveniendo desde afuera, opera
desde el interior -pero desde un interior que devendra extrano al sujeto,
desde un interno-externo, rudimento del inconciente.| Del lado del yo,
por otra parte, la madre intenta la preservacion de la vida. Sus cuidados
se dirigen al alivio de las tensiones de necesidad a la cual su cria se ve
sometido. Imaginariza, ordena, se propone como modelo de lo humano, aca
estamos del lado que lo que, suficientemente divulgado, se ha llamado
"especularidad", funcion que precipita en una matriz el reticulo de
ligazones que constituira el yo del nino; funcion que otorga al mismo
tiempo una identidad, produce una imaginaria unificacion. Vemos
entonces al semejante, en los origenes, inscribirse mediante un doble
movimiento: fundacion del inconciente por inscripciones pulsantes,
descualificadas, seductoras, destinadas al apres-coup cuando la represion
originaria separe las instancias psiquicas y regle el funcionamiento
psiquico en sistemas diferenciales, y, del otro lado, del lado del yo
materno, aprehension de una totalidad que organiza una instancia del ser,
de preservacion del ser y de ordenamiento y contrainvestimiento de aquello
que en el inconciente sera sepultado. En este movimiento de
“identificación” del niño por parte de la madre, y de “identrificación”
del niño a la madre, la relación de objeto, en el sentido amoros, no puede
ser pensada sino del lado de la madre: relacion narcisista de objeto,
relacion de objeto amorosa y hostil, incluso relacion "con" un objeto, en
el sentido fuerte del termino, ya que el nino es objetalizado por el
semejante y, al mismo tiempo, deviene su objeto.
El lugar del otro se abre entonces en
dos direcciones diferentes que indican también la constitución de dos
objetos diferentes abiertos a la investigacion psicoanalitica: del lado
del inconciente el objeto de la pulsion, concebido ahora como residuo,
como indicio del objeto sexual ofrecido por el otro; del lado del yo, el
objeto de amor-odio, aquel capaz de ligar, en un movimiento, la vida y el
objeto en el sentido de lo objetal. Ambos en conflicto, en oposicon topica
-es decir inscriptos en diversos sistemas psiquicos-, ambos de
proveniencia diversa y de destinos diferentes.
Una breve reflexion respecto a las
instancias que Freud denominara "superiores", la de la conciencia moral y
la del ideal del yo, efecto de la identificacion secundaria efectuada
mediante la incorporacion de la funcion paterna en tanto funcion de
prohibicion del incesto -en la constitucion del superyo-, para dejar
planteado que ha sido tal vez objeto de una cierta simplificacion,
llevando a una facil homologacion entre ley y autoridad -cuyos efectos mas
graves se ven en ciertas nociones extendidas en la clinica de ninos y en
ciertos tratamientos de familia- y en la cual se pierde de vista que su
caracter no es un derivado homogeneamente protector-. El ejercicio de la
funcion paterna que culmina con la identificacion constitutiva del superyo
en su doble vertiente -conciencia moral e ideal del yo-, se establece en
el marco de una relacion humana profundamente conflictiva, en la cual es
inevitable que se agiten fantasmas mortiferos tanto del lado del nino como
del padre: es porque el padre entra en rivalidad con el hijo, porque el
mismo ha reprimido duramente su propio Edipo, porque se ve atravesado por
sus propios deseos inconcientes a los cuales somete, que esta funcion
puede ser ejercida. Algo de tal nivel de complejidad no puede reducirse a
una formula simple ni reificado en si mismo; tal vez el estigma mayor que
soporta sobre si cierto estructuralismo formalista psicoanalitico es el de
haber banalizado el sufrimiento humano bajos formulas de distanciamiento e
intelectualizacion, y haber propuesto una teleologia de la castracion que
adquiere cierta semejanza con una ideologia de la resignacion.
Intentemos, luego de estos recorridos,
resumir ciertos elementos que nos permitan definir las relaciones entre lo
intrasubjetivo y lo intersubjetivo, en el marco de la problemática de la
identificación que estamos en vías de revisar:
1.- La topica
psiquica se constituye en el marco constitutivo del otro humano que
implanta, en el sujeto en ciernes, tanto los objetos sexualizantes que dan
origen a la pulsion -es decir generan las bases del inconciente- como las
vias de ligazon y contrainvestimiento que precipitan las instancias
segundas. 2.- Estas relaciones estructurantes son sostenidas por
sujetos reales, clivados, atravesados por una historia que se plasma tanto
en las formas de seduccion precoz con las cuales sexualizan a la cria
-vehiculizadas a traves de los cuidados precoces y, por supuesto,
ejercidas a espaldas de si mismos-, como en los modos de estructuracion de
las prohibiciones y pautaciones con las cuales ofrecen los modelos de
represion de lo que ellos mismos han constituido. 3.- No es del lado
del nino de los origenes donde hay que buscar la "relacion de objeto".
Desde el adulto sexualizante hay dos modos de establecer la relacion al
cachorro: por una parte, en tanto relacion de la pulsion a su objeto, y,
por otra -del lado del narcisismo y de las ligazones que de el derivan-
como relacion de objeto a un objeto total y totalizante, y, en tal caso,
de amor y de odio. El famoso "das kleine" freudiano, que homologa el pene
al bebe en la sexualidad materna, debe ser concebido entonces, por una
parte, del lado directo del placer de organo, y, por otra, del lado de lo
que el lacanismo, siguiendo los textos freudianos sobre la sexualidad
femenina, ha denominado "significante de la falta", aludiendo al caracter
de objeto totalizante de la completud por relacion a la madre castrada. De
tal modo, la relacion de objeto, en el sentido freudiano del termino, solo
se establece desde esta instancia narcisizante-objetalizante del
semejante, y no abarca la totalidad de los cuidados propiciados en la
crianza. 4.- Es la capacidad de la madre de establecer una
“identificación” del hijo en el orden de lo huumano, en el sentido
transitivo, considerándolo como otro humano, lo que establece las
condiciones de la “identificación” en el niño. Esta apropiación
ontológica, como la denominamos es condición de verosimilitud,
expresada en el sujeto psíquico como convicción respecto a su propia
existencia humana. El imaginario materno, al concebirse como estando en
el marco de una "intersubjetividad", con la atribucion de deseos,
angustias, fantasias y pensamientos de todo tipo a la cria, el generador
de la subjetividad de la misma. 5.- Respecto al aparato psíquico en
estructuracion, tanto identificación como intersubjetividad se producen en
un tiempo segundo. La identidad es efecto de la identificación, y la
intersubjetividad es impensable sin dos sujetos que intercambian mensajes
en algún nivel. 6.- Del lado del objeto de la pulsión, su introyección
no implica nivel identificatorio pero sí residual y metabólico; siendo
éste exógeno por su origen, opera a partir de su inscripcion no siendo
entonces exterior al aparato. Hay que distinguir entre el origen exterior
del objeto y el objeto de la pulsion constituido por "apuntalamiento" en
este objeto exterior -siguiendo lo la idea de una diferencia establecida
por Freud mismo, aun cuando no reconocida en su contradiccion, entre
apuntalado en lo somatico y apuntalado en el objeto. El objeto de la
pulsion es siempre un objeto-fuente representacional, desligado del objeto
de proveniencia, que ha cortado sus nexos con el referente, y, en tal
sentido, constituye la materialidad de base del inconciente. 7.- Este
objeto de la pulsion, por otra parte, se constituye de modo residual y a
partir de los indicios del objeto originario: no es el pecho lo que se
alucina (en la alucinacion primitiva definida por Freud), sino los signos
de placer que acompanan el encuentro con el mismo. La nocion de
alucinacion privimitiva pone en juego entonces un modelo acerca del
surgimiento, de la genesis de la sexualidad, bajo el modo de implantacion
y recuperacion auto (selbst) del objeto. Como toda alucinacion, no se
tratara de la creacion interna de algo inexistente, a partir de la nada,
sino de una recreacion de lo real regida por los modos de funcionamiento
del deseo. Ni la la leche ni el pecho reales constituyen el objeto
alucinado, sino de los indicios de placer-displacer que se imprimen a
partir de intervalos diferenciales en la mamada. En este movimiento los
elementos sensoriales en juego: calor, olor, textura, acompanando las
sensaciones de bienestar-malestar, inscriben las huellas de la experiencia
de satisfaccion que funcionaran en todo reencuentro con el objeto y
guiaran los movimientos de la pulsion, en tanto "pulsion de
indicio". 8.- Es a partir de la existencia de esta "pulsion de indicio"
que el objeto externo puede ser investido, al recuperarse en él las
huellas del objeto primordial inscripto. Los procesos de investimiento de
objetos del mundo no son inmediatos sino efecto de la interposicion del
objeto sexual otorgado por el semejante. Si esto no ocurriera, los
indicios serian del orden autoconservativo, ligados a necesidades basicas;
el hecho de que haya una feliz conjuncion entre ambos es efecto de la
coincidencia entre objeto satisfactor externo y objeto pulsante tambien
externo -capaz de ser recubierto por las huellas deseantes. Cuando esta
coincidencia se fractura en un tiempo en el cual este fenomeno ya se ha
instalado, como lo muestran los desarrollos de un Spitz, por ejemplo, la
dominancia de lo sexual entra a funcionar en contra de lo autoconservativo
y poniendo en riesgo la vida misma -lo que demuestra el caracter
perturbante, "pervertidor" de lo autoconservativo, conque la sexualidad
humana opera en el cachorro humano (los ejemplos clasicos de perturbacion
de funciones, tales como las anorexias y bulimias, van en la misma
direccion). 9.- Que la pulsion de indicio se metonimice en el objeto de
amor es parte de un proceso que engarza por desplazamiento objeto de la
pulsion / objeto de amor (e incluso organiza, por represion, las
formaciones reactivas que constituyen los repudios mas primarios del
psiquismo respecto a objetos eroticos, y que pueden sostenerse a lo largo
de toda la vida). Proceso producido sobre la base de movimientos tanto de
represion como de sublimacion, que permiten la mutacion del erotismo en
ternura. He aquí las bases erótico-amorosas de la identificación (tanto
primaria como secundaria). Es imposible identificarse a la madre sin
amarla -sin desear tenerla adentro, incorporarla; del mismo modo, y
respecto a la identificación secundaria, es necesario que el padre sea
amado para que la identificación a él sea posible. La paradoja de la
identificación masculina opera por el lado de la introyección del padre
sexuado por vía del objeto pene bajo el modo anal, lo cual conduce
inevitablemente a una masculinidad atravesada por la ansiedad homosexual
en su textura misma uencia ambos objetos (el del erotismo y el del
amor), realiza una diferenciacion taxativa en . 10.- Los movimientos
psiquicos primarios no estan constituidos entonces ni por "vinculos" ni
por "relaciones de objeto" amorosas, sino por relaciones puntuales,
eroticas, de enlace con los objetos pulsionales. En esos tiempos del
sujeto incipiente, “el intercambio es una ilusion del psicologo”, como
bien lo definiera Winnicott. 12.- Sera cuando el sujeto en
estructuracion haya atravesado el movimiento que va del autoerotismo al
narcisismo (a través de la instauración de las identificaciones primarias)
abriendo el camino del amor de objeto y el pasaje por las identificaciones
secundarias, que se podrá hablar de una verdadera
intersubjetividad.
Y aún cuando encontremos en la constitucion de
estos procesamientos una verdadera genesis historica, tendremos que tener
siempre presente que no hay superacion integradora de los mismos. En el
inconciente, las pulsiones siguen operando como tales, con su caracter
discreto y definidos sus movimientos por indicios que guian su accionar.
De modo tal que en toda relacion al semejante habra compuestos cuyas
proporciones son variables, en las cuales se conjuguen los indicios
pulsionales, los modos de recaptura narcisistica y la relacion de amor y
odio al objeto con reconocimiento de las diferencias en tanto tales
(reconocimiento de existencia de un objeto exterior plausible de ser amado
aun cuando no forme parte del yo, y no solo odiado, como ocurre en las
dominancias narcisistas que se rigen por los principios de lo que Freud
denomino, en Pulsiones y destinos de pulsion, "el yo placer
purificado"). Estas dominancias se produciran por razones diversas, de
acuerdo al momento y tareas planteadas por las oscilaciones libidinales de
la vida, por la estructuracion subjetiva singular, por el activamiento
traumatico de representaciones arcaicas reinvestidas... citando sólo
algunas de las que consideramos mas importantes al respecto. El
psicoanalisis no puede diluir entonces esta complejidad en formulas
empobrecedoras. La reinclusion del semejante en la constitucion psiquica,
asi como los modos posteriores de relacion al mismo: seduccion originaria,
modelizacion narcisistica de las identificaciones, implantacion del
sistema de prohibiciones e ideales, de ser reubicados y conceptualizados,
pueden ofrecer un sustrato mas racional a nuestra praxis y posibilitar una
practica clinica que, sostenida en la metapsicologia, permita el
ordenamiento de un campo en el cual el crecimiento desordenado de las
malezas atenta contra su fecundidad.
Por un
lado, en Freud el concepto de identificación siempre se encuentra
relacionado con los modos constitutivos de las instancias secundarias: yo
y superyó. Nunca Freud ha propuesto que el inconciente fuera residual a
una “identificación”, en el sentido estricto del término. Se podría, sin
embargo, extender esta noción? . La identificación, en tanto modelo
constitutivo del Icc., pondría de relieve los aspectos inconcientes del yo
o del superyó, pero no podría dar cuenta del inconciente pulsional. La
cuestión vuelve a ser la del otro.
Tres son, sin embargo, las variables que
se entrecruzan en la obra freudiana articulándose alrededor del concepto
de identificación, sin que ellas se sostengan del mismo modo en los
desarrollos actuales. Por una parte, la noción de incorporación oral,
que toma dominancia entre los años de 1912 y 1915, con Totem y Tabú y
Duelo y melancolía. Sabemos las dificultades que aún hoy acarrea: Si la
oralidad es el modo más primario de contacto con el objeto, y la
identificación se establece siempre bajo el modelo de una incorporación,
cómo deslindar la identificación -
Es en Totem y tabú donde la
oralidad es introducida no sólo como un modelo erótico entre otros, sino
también como un modo de relación privilegiado, estructurante. No nos
detendremos al respecto, salvo para señalar que es este modelo el que da
cuenta de las formas de la identificación que dan origen al carácter del
yo en El yo y el ello: “Un interesante paralelo a la sutitución de la
elección de objeto por identificación ofrece la creencia de los primitivos
de que las propiedades del animal incorporado como alimento se conservan
como rasgos de carácter en quien los come, al igual que las prohibiciones
basadas en ella. Según es sabido, esta creencia constituye la serie de los
usos del banquete totémico, hasta la Sagrada Comunión”
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